No lo puedo remediar, me encanta inventar, celebrar y reunirme con la gente que quiero y, como buena española, si puede ser alrededor de una mesa tanto mejor.
Una vez superada la San Silvestre, pasada la cena de fin de año, empezamos a pensar en los Reyes Magos. Ese día no me toca organizar comida, es el gran día de la súper abuela: su cumpleaños, así que allá que vamos todos cargados de regalos y dispuestos a tirarle de las orejas.
Pero claro, pensar que después del 31 ya no me queda nada que celebrar en casa no va conmigo.
Ya os conté la tradición de mi abuela, pues con ella sigo. El día 2 de Enero madrugué mucho, tenía que ir a poner un telegrama a los Reyes con los últimos encargos y una vez hecho eso me fui a comprar los roscones de Reyes. Vale que hay sitios más tradicionales, vale que los hay mejores, pero qué queréis que os diga, a mí los de El Corte Inglés me parecen estupendos.
Calculé que seríamos catorce, los cinco de casa, los súper abuelos, la otra abuela de mis hijos, mi hermano y mi cuñada y mi amiga María, su marido Luis y sus piratas.
Cuenta que cuenta, pensé que con 4 roscones tendríamos, uno grande, de kilo sin nada, y los otros tres de medio kilo, de nata, trufa y crema.
La cita era a las 6 de la tarde el sábado 4, pensé que el 5 era más lio para todos y así lo propuse. Llegaron puntuales, menos los tíos que avisaron de que llegarían tarde y para que no hubiese error alguno mi Hada hizo un cartel para la puerta.
Desde media mañana empezamos a poner la mesa y saqué mi tetera, su tetera, y así rodeada del chocolate brilla como una estrella.
Lo pasamos estupendamente, hubo chocolate y roscón para dar y tomar y para desayunar el día 5 también.
Poco a poco la gente se fue retirando, pero los piratas de mi amiga se liaron con mis duendes y con la Wii U que había traído Papá Noel (eso da para otra entrada) y empalmamos con pizzas para cenar, nos dieron casi las 2 de la mañana, ¡tan ricamente!.
El día 5 recogí, pasamos un día tranquilísimo y nos preparamos para recibir la visita de los Reyes con todo el ringorrango que ello merece.
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