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Salí del corral hacia el patio y entré en la casa.
Subí los 3 escalones de granito pensando en dónde exactamente apoyaba mi abuelo la mano para subir.
Las cortinas tras la puerta están descoloridas.
En el recibidor todo parece en el sitio de siempre, me faltan las butacas verdes pero las veo a la derecha, dentro del pequeño salón.
A mi izquierda la habitación de mis abuelos. A la cama de mi Torina le hace falta una buena limpieza.
Salí del corral hacia el patio y entré en la casa.
Subí los 3 escalones de granito pensando en dónde exactamente apoyaba mi abuelo la mano para subir.
Las cortinas tras la puerta están descoloridas.
En el recibidor todo parece en el sitio de siempre, me faltan las butacas verdes pero las veo a la derecha, dentro del pequeño salón.
A mi izquierda la habitación de mis abuelos. A la cama de mi Torina le hace falta una buena limpieza.
Es de bronce, de barandillas estriadas, con flores en el cabecero. Cuando pasaba mis veranos en el pueblo, cada año dedicaba una mañana entera, con mi abuela, a sacarle brillo, es una cama muy bonita, en ella me colaba yo con mi abuela que me contaba historias sobre los carreteros que pasaban por el pueblo.
La cama de mi abuelo es más alta y estrecha, de forjado. A los pies de ellas está el armario ropero, con su espejo.
La cama de mi abuelo es más alta y estrecha, de forjado. A los pies de ellas está el armario ropero, con su espejo.
Las cortinas están echadas, a ella le gustaría así.
Subo las escaleras, aún se me hace raro ver la barandilla de madera, la abuela no quiso ponerla hasta que ya el miedo a caerse le imposibilitaba subir.
Al final del tramo de catorce escalones, dos cuartos, a la derecha en el que yo dormía. Tiene dos camas, en la de la derecha, pintada de azul con colchón de lana, la mía y a la izquierda otra, más ancha con colchón de muelles también pintada de azul.
Entre ambas la mesilla, en su puerta inferior dos pares de zapatos,
perfectamente guardados, unos marrones del abuelo y unos negros de rejilla de la abuela, no puedo tocarlos.
Entre ambas la mesilla, en su puerta inferior dos pares de zapatos,
perfectamente guardados, unos marrones del abuelo y unos negros de rejilla de la abuela, no puedo tocarlos.
La habitación de la izquierda está cambiada, ya no está la cama grande, ahora están las dos que estaban en la cocinilla, no me gusta el cambio. A los pies, la cómoda con su espejo y la fotografía antigua en la que se ve a mi abuela con dos o tres años posando con un gran lazo en la cabeza, en la trasera aún se lee "E. Rodríguez, fotógrafo, c/Comercio 2?, Toledo".
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