Pero fui la primera, primera hija, primera nieta, primera sobrina, así que no había otra como yo.
No comía, mi madre lo intentó con el pecho y fue que no, cambiamos a leche de fórmula, de una marca, de otra, de otra, con todas las marcas posibles y yo seguía sin comer.
Mi madre, como buena madre primeriza lloraba, mi abuela Torina la regañaba por el tremendo “destrozo” y gasto en leches de farmacia. El médico veía que mi peso no era el correcto y me inflaban a inyecciones de Reticulogen.
Mi abuelo era más práctico que gruñón y tenía la solución clara: compraría una vaca. Mi abuelo trabajó en el matadero municipal muchos años, allí ya tenía pensado el lugar para alquilar donde poder guardar la vaca, donde ordeñarla cada día para que su nieta tuviera leche fresca.
Aunque hace muchos años de eso, tantos como 40, la solución de la leche de vaca hervida, al pediatra no debió parecerle ortodoxa y optó por adelantarme en la introducción de alimentos sólidos, puré de patata y
zanahoria con pollo. Ahí se acabaron mis problemas.
Aún a fecha de hoy no soporto la leche, suerte que mi abuelo no llegó a comprar la vaca.
Te echo de menos abuelo.
5 comentarios:
Pues yo soy muuuuuuy lechera!!! jeje
Bonita historia, Lou
A mi no me gusta la leche tampoco. La historia es súper tierna, de todas formas. Me ha encantado. Un besote!!!
A mí tampoco me gusta la leche, aunque no sé si de pequeña ya no me gustaba...
Una entrada muy bonita.
Besotes
Qué bonito relato..como siempre!!!!
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