Mermelada fundida

Ayer domingo era el día de mi segunda carrera popular, la carrera por la esperanza en las enfermedades raras.

Me apunté por solidaridad, un compañero de trabajo me insistió mucho, pero la verdad es que ganas, lo que se dice ganas de correr tenía pocas. Tened en cuenta que últimamente he estado muy vaga con los entrenamientos, vaga e irregular, que es lo peor. Pero me apunté.

Aunque llevo casi un mes sin salir los martes por la noche a correr en grupo, el entrenador me mandó un correo para decirme que se habían apuntado y que si me animaba. Como apuntada ya estaba lo único que me faltaba eran las ganas.

Pero las encontré, encontré las ganas y unos santos padres (los míos) que como siempre pencaron con mis duendes, encantados.

Recogí a mi compañero de trabajo a las 10 y en mi vida pensé encontrar el atasco que encontramos en la entrada a la Casa de Campo, llegamos a recoger el dorsal por los pelos, pero llegamos.

Tengo que decir que el ambientazo era total y muy bonito, mucha familia, mucho niño, abuelo, atletas y gente en sillas de ruedas, de todo y así tenía que ser.

Al empezar a correr la ilusión te empuja, hice el primer kilómetro más rápido de mi vida, 5 minutos y 49 segundos, pero ya no pude más, en una subida paré y fui andando.

Aún así conseguí el reto que me había propuesto, la distancia era 4,300 metros y lo hice en algo menos de 29 minutos, menos de 30 que era lo que yo quería.

En la clasificación he quedado mal, y qué, vuelvo a lo mismo, lo hice, pude hacerlo, corrí y llegué. Corrí acompañada de la energía de mi Sol, mi Hada, mi Garbanzo y mi contrario y empujada por los Pelones Peleones, aspirando el aroma de las flores de Mónika y sabiendo que soy una entre cienmil.

Eso sí, ahora soy mermelada derretida, qué cansao es esto chicos...