
Definitivamente se me ha ido la olla a Camboya, que diría yo en plan cheli. Lo que estoy organizando es a todas luces un dispendio, pero, os digo una cosa ¡me importa un bledo!.
Mi sol cumple cinco años y cuando pienso en que llegué a creer que no llegaría a los cuatro aún se me saltan las lágrimas. No es que vea la batalla vencida, que no lo está, es que intento pensar en ello lo justo, prefiero centrarme en lo que está al alcance de mi mano, su felicidad, porque su salud, desgraciadamente, no depende de lo que yo haga.
El año pasado mi sol celebró su cumpleaños yendo el día completo al colegio, a llevar caramelos y jugar con los amigos, pero no hicimos fiesta. Aún no estaba para demasiados trotes, tenía neutropenia severa y además estaba hinchado como un globo por culpa del Fortecortín en ampollas (una cortisona muy potente).
Este año ha llegado la hora de la revancha.
Me hubiera gustado celebrar su cumpleaños en casa, como hago con mi hada, pero los amigos de mi hijo son especialmente brutos y tengo miedo de que alguno se mate de un golpe, así que he variado.
Me horrorizan los parques de bolas, huele a humanidad, son un criadero de piojos y porquería y los niños sudan como pollos, así que he buscado algo distinto. Hemos invitado a todos sus amigos del cole a una granja. Harán ellos la tarta, cuidarán a los conejos, sacarán a pasear a las ovejas y regarán las zanahorias. Yo creo que lo van a pasar fenomenal, así lo espero.
Yo por mi parte tendré que tomar un ansiolítico o me temo que no podré dejar de llorar en toda la tarde.
Feliz cumpleaños mi amor, te quiero tanto…