Pero formaba parte de mi paisaje cotidiano desde hace treinta años.
Entonces abrieron en mi barrio un mercado tradicional, con sus puestos, él trabajaba en la frutería, ni siquiera era el jefe.
Tenía un defecto físico que lo hacía inconfundible. Todos sabemos como somos los españoles y lo fácil que nos resulta identificar a alguien como "el cojo", "el tuerto" o "el cheposo". La frutería donde trabajaba era conocida por su mote.
Hace dos años una cadena de hipermercados compró el solar completo del mercado y desalojó a sus inquilinos. La frutería fue la que más resistió. Unos tenderos se jubilaron, y otros buscaron locales en el barrio y siguieron con su actividad, eso pasó con la frutería.
Tengo que reconocer que casi nunca iba, suelo hacer la compra por teléfono, unas veces la traía él y otras no. El viernes pasado vino él, le di las gracias y le dije adios, como siempre, sin saber que sería la última vez.
El sábado se sintió mal, un infarto acabó con su vida, tenía cincuenta y pocos años.
En el barrio muchos le echaremos de menos, a sus formas, a su sonrisa, a su buen hacer.
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