¿Os acordáis de esa película de Summers?, yo, la verdad es que si pienso en ella se me dibuja una sonrisa en la cara.
Quiero que esta sea una entrada divertida, quizás por esperpéntica, pero que os dibuje una sonrisa en la cara.
Estoy en un momento de absoluta crisis social en mi vida. Siempre he dicho que no soy especialmente simpática, correcta y educada lo intento, unas veces con más suerte que otras, pero simpática, de esas que van con una sonrisa por la vida, definitivamente, no.
Es más, desconfío profundamente de la gente que sonríe constantemente, me parecen falsos, tonterías mías probablemente.
El caso es que, desde que por obligación laboral tengo que hablar con gente a la que no dedicaría ni un hola por educación, estoy desarrollando un, ¿odio?, ¿asco?, ¿desprecio?, por según qué gente.
Esto se traduce en un "autismo" auto impuesto fuera de mi puesto de trabajo. Me cuesta mucho hablar con la gente, no me apetece y en general creo que me aporta poco positivo.
Es diferente la actitud de la gente dependiendo a quién se dirijan y en qué circunstancia. Si van a comprar, a la frutería pongamos por ejemplo, están en manos del tercero que les servirá un mejor o peor género según les conozca más o menos y además les cobrará por ello sin regateo posible, sacarán por tanto su lado dulce y su mejor sonrisa.
Por contra, cuando alguien acude a una entidad bancaria en la que tiene depositados sus ahorros y no va a pedir financiación (ojo, esto último es el hecho diferencial), adoptan por lo general una posición de superioridad absurda en la que ellos son los dueños del cotarro.
Y yo tengo muy poca paciencia y por lo general ellos mucho tiempo libre y poco que hacer.
El caso es que ya no espero nada positivo de nadie, desgraciadamente sé que, hasta en los casos más cercanos a mi, la cara más amable sólo sale a relucir cuando se espera algo a cambio.
En todo ese bucle negativo me encuentro cuando, de repente, sin ton ni son, a veces creo que no toda la humanidad está perdida.
Ayer, sin ir más lejos, ¡me cambiaron el asiento en el tren para poder ir sentada con mis duendes!. Fue tal la emoción que casi me abalanzo sobre el encantador señor que me cambió el asiento y le planto un beso en los morros, quien sabe si eso le hubiera alegrado el día como me lo alegró a mí su detalle.
Va por él este post.
Por cierto, las vacaciones en la playa, estupendas, en este caso lo de "lo bueno si breve, dos veces bueno" no aplica.