Sigue porque mis hijos no paran, porque el resto de quehaceres del día a día hay que irlos cumpliendo y al fin y al cabo es una suerte que así sea porque muchos días si no me quedaría sentada en un rincón sin moverme.
Entiendo que es una debilidad mía, pero no se parcelar mi vida con candados, si mi vida laboral supone un problema, ese problema afecta al resto de mis parcelas, aunque intente que no sea así.
Mi vida doméstica también se resintió.
Desde que mi Sol enfermó, en casa contaba con ayuda de dos personas, una, mi segundo par de manos desde hace 12 años y otra más, que, dependiendo de como y cuando podía ser interna o durante toda la tarde hasta las 10 de la noche.
Cuando en verano empecé a plantearme la excedencia pensé en recortar gastos, es que necesariamente tiene que ser así, no tengo una máquina de hacer billetes, pero no quería despedir a nadie. Mi tercer par de manos, en agosto me avisó de que en Septiembre volvería a su país y yo me alegré, por ella y por mí.
Por otro lado, mi segundo par de manos, con el paso de los años ha ido reduciendo su horario, es lo lógico, si yo pido tiempo para estar con mis hijos no puedo ser fariseo y no concederle lo mismo a ella. Así que, cuando llego de las recogidas de duendes, con y sin extraescolares, empiezo con plancha, lavadoras, cenas y demás. Y claro, sin nadie en casa por la tarde se acabó el salir a correr o al gimnasio. Eso, unido a mi ansiedad y a la facilidad con que engullo y a la falta de tiempo en general me lleva a un deterioro físico que salta a la vista a cualquiera que me conozca, 6 kilos más, pronunciadas ojeras, las manos sin arreglar y ropa que intenta tapar chichas más que otra cosa.
Eso además de las canas...
Y por ahí tenía que haber empezado.
Las canas me salen a lo Morticia Adams, en un mechón en lo alto de la frente. El año pasado en Septiembre me decidí a darme un baño de color en la peluquería, la verdad es que quedó muy parecido a mi color, aunque yo lo veía un poco más oscuro.
Lo malo que tienen los baños de color sin amoniaco es que se van con los lavados y mucho aguanté hasta finales de diciembre, pero el día 26 ya no quería no mirarme al espejo. Llamé a la peluquería pero no abrían, así que ni corta no perezosa me fui a la perfumería y me compré un tinte no permanente, el Casting Creme Gloss de L'Oreal en color "rubio" sin apellido, ni dorado, ni cobrizo, ni
ceniza, ni claro ni oscuro. Me lo di por la noche ¡y me quedó genial!, más contenta que me quedé que no veáis, había encontrado la solución a mis canas.
La verdad es que dura bastante, el envase pone que 28 lavados. Yo no diría tanto. Quizás entre 20 y 22, entre 8 o 9 semanas a entre dos y tres lavados a la semana, así que a finales de febrero otra vez tenía mis canas.
El domingo 28 me puse a teñirme de nuevo por la noche, total, el riesgo estaba medido. ¡Ja, eso creía yo!, hice todo igual, bueno, casi todo. esta vez me puse un gorro de ducha, debió de ser eso lo que despertó a la bestia escondida en el tinte. El pelo me quedó naranja, pero naranja butano, bueno, quizás butano no, pero naranja.
Y lo peor no fue eso, cuando fui a la playa en Semana Santa se me quedó de un color paja que echaba para atrás.


Esta semana me he pintado las uñas, de rojo, por animarme un poco, eso sí, las ojeras no hay maquillaje que las tape.
Y hablando de maquillaje, tengo que hablaros de la última base que he descubierto, y que, dejando aparte las ojeras, me encanta. Eso lo dejo para otra entrada, un poco más frívola.
Por cierto, el 13 de marzo cumplí 8 añazos como bloggera. Gracias por estar ahí