
Ayer por la mañana fuimos al parque. Según nos íbamos acercando, la mamá que había visto a lo lejos empezó a resultarme conocida. Me costó un poco reconocerla, y es que dieciséis años son muchos años.
Me acerqué a ella y directamente le pregunté: Hola, ¿tu eres Laura, verdad?.
Sí, me respondió sorprendida, pero sonrió y dijo, "yo te conozco, estudiamos juntas los tres primeros años de carrera, pero no me acuerdo de tu nombre".
Nos pusimos a hablar alegres, como felices de haber encontrado un trocito perdido del pasado.
Me contó de algunos de nuestros compañeros, con los que ella sigue teniendo trato. De repente, los recuerdos borrosos de mi mente volvieron a tener caras y voces conocidas.
Me contó de sus vidas, de sus hijos, de sus quehaceres, y me encantó.
Ví a sus hijos, ella a los míos y no se por qué, pero me hizo ilusión. Ella vive en Londres ahora por cuestiones de trabajo y viene a España muy de vez en cuando, y sí que fue casualidad, pero de las grandes, encontrarnos en un parque.
Nos despedimos con un "hasta luego, me alegro mucho de haberte visto, que te vaya muy bien". Quizás no vuelva a verla nunca más en la vida, pero por un rato me gustó reencontrarla.
1 comentario:
Siempre he sentido que no existe la casualidad sino la conexión.
¡qué bonito es compartir ese segundo eterno!
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